27 marzo 2014

Hola a todos...

... quería comentaros...



No sé si sabéis que me he abierto otro blog en wordpress, después de varias recomendaciones de amigos.
 Hasta ahora he ido publicando las mismas entradas en ambos para no crear molestias a las personas que me seguís, pero ante la falta de tiempo para mantener los dos, voy a dejar este "en suspenso".

Por eso las entradas habituales las haré desde el otro blog "Te miro me miras".

Me encantaría que me continuarais siguiendo  y poder compartir con vosotros, como hasta ahora.

La entrada al nuevo es: http://temiromemiras.wordpress.com

Probablemente pida que os deis de alta, pero no es complicado, tan solo introducir vuestro email.

Un abrazo y espero que... nos sigamos leyendo...

15 febrero 2014

No juzgues...

... y no serás juzgado... dice ese libro que todos conocemos.
Es difícil dejar de hacerlo, lo sé, pero no entiendo como hay personas que tienen la arrogancia suficiente como para decidir lo que es bueno, malo y regular, de una forma tan absoluta, que no dejan ni un resquicio a la equivocación o a la duda.
¿Quien se puede creer con la autoridad moral para decidir sobre tus actos o tu forma de vivir?
No soy una santa, nadie es un santo. Porque... ¿qué es la santidad?
Acaso ceñirte a un patrón diseñado por personas que sirven a una causa, a un dios? Someterte a una moral dictada por unas normas hipócritas, mientras en la intimidad de las habitaciones, se van saltando todas esas normas sin ningún pudor?
¡Qué fácil es decidir sobre la conducta de los demás! Utilizamos la misma vara de medir para nosotros mismos? O esa vara es más corta, más ligera y más permisiva? No será que lo que ven en los demás, es lo que observan dentro de sí mismas?
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No quiero cerca de mí a esas personas que se definen limpias, sinceras, correctas, buenas, honradas... mientras menosprecian, juzgan, y deciden sobre la moralidad de los demás, sin mirarte a los ojos. No me fío de esas personas que hablan del estado de pureza de su corazón mientras se congratulan de ese lado oscuro de los demás y, en el que todos hemos vivido, aunque haya sido por unos instantes.
Prefiero a las que tropiezan y se equivocan, a las que buscan la luz conscientes de ese lado oscuro que forma parte de nosotros, a las que viven la vida sabiendo que no son perfectas, pero que precisamente por ello, son más humanas. A las que saben que el camino de cada uno es diferente y por eso no único.
Prefiero a las personas que, sabiéndose siempre entre los dos lados, buscan siempre el más luminoso y por eso, nunca juzgarán.
"Cuando pienso que un hombre juzga a otro, siento un gran estremecimiento" Félecité de Lamennais

05 febrero 2014

Me prometí...

... no hablar aquí de nada que roce el tema de la política ni de la situación social.... y no es porque no me interese lo que está pasando, no, porque me interesa.
Tengo otros motivos...
Hablar de ello, me produce tal indignación, que mi natural más bien, conciliador, se transforma cual Jekyll y Hyde en un tumulto de improperios e insultos hacia esa clase política y económica que nos dirige. Bien desde un primer plano que no les favorece precisamente, bien desde ese segundo plano, que a mi parecer, es mucho más peligroso todavía.
Y a mí transformarme en lo que no soy me produce mucha inquietud. Tanto como la que experimento cuando veo o leo las noticias. Aunque tengo que decir que en los últimos tiempos me produce tal malestar lo que leo y lo que oigo, que cada vez lo hago menos.
Pero encontré esta conversación entre Colbert (Ministro de Finanzas) y Mazarino (Primer Ministro), durante el reinado en Francia del Rey Sol, Luis XIV:
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Colbert: Para conseguir dinero, hay un momento en que engañar al contribuyente ya no es posible. Me gustaría, Señor Superintendente, que me explicara cómo es posible continuar gastando cuando ya se está endeudado hasta al cuello...
Mazarino: Si se es un simple mortal, claro está, cuando se está cubierto de deudas, se va a parar a la prisión.  ¡Pero el Estado...! ¡Cuando se habla del Estado, eso ya es distinto!  No se puede mandar el Estado a prisión.  Por lo tanto, el Estado puede continuar endeudándose.
¡Todos los Estados lo hacen!

Colbert: ¿Ah sí? ¿Usted piensa eso?   Con todo, precisamos de dinero, ¿y cómo hemos de obtenerlo si ya creamos todos los impuestos imaginables?
Mazarino: Se crean otros.
Colbert:  Pero ya no podemos lanzar más impuestos sobre los pobres.
Mazarino: Es cierto, eso ya no es posible.
Colbert: Entonces, ¿sobre los ricos?
Mazarino: Sobre los ricos tampoco. Ellos no gastarían más y un rico que no gasta, no deja vivir a centenares de pobres. Un rico que gasta, sí.
Colbert: Entonces, ¿cómo hemos de hacer?
Mazarino: Colbert, ¡tú piensas como un queso de Gruyere o como un orinal de enfermo! Hay una cantidad enorme de gente entre los ricos y los pobres. Son todos aquellos que trabajan soñando en llegar algún día a enriquecerse y temiendo llegar a pobres. Es a esos a los que debemos gravar con más impuestos..., cada vez más..., ¡siempre más!
A esos, ¡cuánto más les quitemos, más trabajarán para compensar lo que les quitamos!
¡Son una reserva inagotable! 
Y Este es el motivo por el cual no he podido evitar el dejarla por aquí.
¿No parece una conversación actual? Entonces... ¿qué está pasando?...
Quizá estemos condenados a servir de eterno sparring  a mentes perversas que solo se realizan teniendo el control y sin saber utilizarlo, como no sea para su beneficio.
Y en este momento... empieza la transformación... os lo avisé...

26 enero 2014

La autora...

“La noche era fría y oscura”… del, del, del… “La fría noche la envolvía con su oscuridad”… del, del, del… “Ana dormía mientras la oscuridad y el frío de la noche”… del, del, del…
El destello desolador de una página en blanco ilumina tenue la habitación, mientras el joven aspirante a escritor se desespera. Son las dos de la madrugada y los minutos caen, pesados como losas, mientras es incapaz de trenzar dos líneas. Su mente se centra en la idea recurrente de que está a punto de perder su mejor, quizá su única oportunidad, de hacer realidad el sueño de convertirse en escritor. La emoción y la alegría de cuando recibió la invitación a participar en un libro de relatos cortos ha quedado atrás, sepultada por las noches de insomnio ante el ordenador y los días durmiéndose por la esquinas, que a punto le han estado de costar el lugar de trabajo.
Esto no es lo que yo esperaba, piensa.
Necesita despejarse y de forma impulsiva coge las llaves de la moto y el casco. Montado en su Harley rasga el silencio de un miércoles de octubre mientras recorre las calles desiertas de su ciudad. El aire fresco de los primeros días de otoño actúa como un bálsamo que le serena el ánimo aunque no le trae la inspiración.
He de encontrar una buena idea. Sólo necesito eso, un buen punto de partida. Sabe que aunque su estilo no es ni mucho menos perfecto, lo importante de un relato es su fuerza y que ésta nace siempre de una buena historia.  Mientras conduce recuerda la presentación a la que asistió el viernes anterior.
Se encontraba paseando por las calles del centro de la ciudad, buscando, ya de forma bastante desesperada, alguna experiencia, alguna imagen, sobre la que escribir. Al pasar por delante de unos grandes almacenes se fijó en el cartel promocional de la presentación de un libro. No tenia prisa, no le esperaban, y pensó que quizá podría aprender algo. La poca fe, o la soberbia con la que entró en la presentación se transformaron en respeto al empezar a leer el libro que compró a la entrada. Y aquel respeto mutó en profunda admiración cuando escuchó a la autora explicar detalles del proceso de su escritura. Al final de la presentación, se acercó para que le firmase el libro, le comentó que él también era escritor, una pequeña mentira vanidosa, y que próximamente una editorial que ella también conocía iba a publicar algo suyo.
Si tuviese la mitad de su talento,  piensa ahora.
Aparca la moto en el parking y sube a casa dispuesto a realizar un intento desesperado. Son las tres y media, pero aún así le manda, a la escritora, un correo electrónico con el título “Hola” explicándole cómo ha disfrutado con su libro. Se queda mirando la bandeja de entrada durante unos minutos sin ninguna confianza en recibir respuesta. Y de repente… clink. El ordenador emite un sonido, aparece un uno entre paréntesis al lado de la bandeja de entrada y en la vista detallada un correo “Re: Hola”.
Increíble, está despierta, piensa.
El joven escritor se sienta ante la página en blanco, ahora ya no le da miedo. Empieza a teclear:
““La noche era fría y oscura”… del, del, del… “La fría noche la envolvía con su oscuridad”… del, del, del… “Ana dormía mientras la oscuridad y el frío de la noche”… del, del, del…”
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La claridad del atardecer rompe en rojo la línea del horizonte mientras una luz tenue inunda el cielo de la ciudad. Las farolas titilan en haces luminiscentes e iluminan una terraza en la que la autora toma pequeños sorbos de una taza que rodea con sus manos.
Su gesto es algo preocupado mientras retira de su frente unos mechones de pelo rebelde en los que se adivina alguna cana.
¡Han pasado tantos años!, piensa, mientras escucha la cacofonía de la ciudad que se prepara para el sueño.
Mañana habrá otra presentación, otro libro nuevo. Ya casi ha perdido la cuenta de todo lo que ha escrito. Pero… esta vez es diferente.
Sabe que todos piensan que ha triunfado. Sus libros adornan las más conocidas librerías de todas las ciudades del mundo y su nombre se escribe con ese tamaño de letra que sólo está reservado a quien ha alcanzado el Olimpo de los escritores. Da igual que tengas o no una silla en la Real Academia, lo importante es que muchas manos sostengan un libro con tu nombre y que las arcas de las editoriales se llenen con las ganancias.
La autora suspira. ¿Dónde quedó su sueño? Aquel sueño hermoso en el que escribía con entrega, más allá de los condicionantes del éxito y del dinero. ¿En qué recodo del camino alguien le ofreció un jugoso caramelo y ella lo tomó sin preguntarse si era suficiente?
No lo sabe, pero después de tanto tiempo, ha comprobado que no lo era. Mira lo viejos álamos, movidos por la brisa de un otoño incipiente, que adornan la avenida y acuden hasta ella los viejos deseos olvidados.
Escribir, escribir, escribir. Retratar la vida, la gente, las pasiones, los lugares. Contemplarlos con los ojos, describirlos con el corazón. Descubrir las historias que le eran ofrecidas día a día y encontrar a la vuelta de cada esquina un motivo que despertara su pasión y poderla llevar al papel.
En el libro que presenta mañana se arriesgó y ahora tiene miedo. Miedo de que este libro en el que ha colgado el corazón y ha volcado la pasión negada a todos sus demás libros, no tenga el éxito de los demás.
El café se ha quedado frío en la taza. El ronroneo suave y característico de una Harley circulando frente a la terraza, le hace levantar la cabeza. Otro de sus sueños no cumplidos… conducir una Harley.
Otra vez suspira, pero esta vez sonríe.
Ella no puede con una moto de ese tamaño, piensa. Ni tampoco, seguir escribiendo como lo hacía.
Una mesa y tres personas en ella. El editor, siempre presente, y una amiga. Una gran amiga que ella sabe que hará una presentación sincera y admirada.
Viejos ritos para nuevos libros, piensa la autora.
Levanta la cabeza y la cantidad de gente que ve le impresiona. Nunca podrá acostumbrarse a enfrentar tantas miradas en las que descubre, más allá de ellas, nuevas historias.
Vuelve a aletear en su estómago la incertidumbre.
Llega el silencio y el editor repite los mismos elogios de siempre. La concurrencia aplaude con fervor pese a que debe haberlo oído muchas más veces.
El turno de la amiga. Y es aquí donde la autora se reconoce porque sabe que su amiga ha compartido y comprendido su necesidad de cumplir un sueño.
Siguen los aplausos y la autora piensa si se han dado cuenta de que ella se ha convertido en otra persona. Si les gustará a ellos como escribe esa nueva persona.
Uno tras otro llegan llevando en las manos su libro. Le piden sus deseos. Ella los mira a los ojos mientras repite sus nombres e intenta que se vayan felices por sus particulares dedicatorias. Se sigue preguntando si han entendido.
Ha firmado muchos libros y está algo cansada, pero de repente levanta la mirada y encuentra otra que la observa con atención. Ojos oscuros detrás de unas gafas. Una chupa de cuero digna de una Harley. Pasa por su mente, veloz, el recuerdo de la noche anterior, el sonido de la moto frente a su terraza. Es un chico joven el que la mira entre curioso y admirado. El también escribe, le dice. Publicará dentro de poco.
La autora, con un toque de intuición, siente una pasión similar a la suya en las palabras del muchacho. Le anima, le deja su correo, cosa poco frecuente, y sigue firmando ejemplares. Con el rabillo del ojo observa al muchacho que, casi con esfuerzo, se aleja.
Vuelve a caer la noche sobre la terraza. Los álamos duermen. La autora con gesto cansado apura, esta vez con más urgencia, su café. Entra en la casa se acerca al ordenador y mueve ligeramente el ratón. Se ilumina y abajo en la parte inferior, un pequeño destello le indica que acaba de recibir un email.
¡Las tres de de la mañana!, se sorprende.
Lo abre con algo de curiosidad.
“… todos creen saber algo de usted, pero solo después de leer su libro creo que se puede decir que…”
La autora sonríe mientras recuerda unos ojos oscuros detrás de unas gafas y piensa; “los dos hemos encontrado una buena historia”

15 enero 2014

En tiempo...

... de adagio, lento, muy lento...
Aquellos encuentros rápidos al cruzarse en la escalera de su casa. Unas pocas palabras de conversación sobre el tiempo y poco más.
Hasta aquel día en que él le dijo que era músico. Que la música siempre había sido su pasión.
Mirando sus ojos y viendo el movimientos de sus manos, ella adivinó que todos los momentos de aquel hombre estaban teñidos de melodía.
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Comprendió entonces, aquella mirada dulce y suave, agradable (piacevole) con un toque apasionado (passionato).
Intuyó que su vida estaba marcada por un tempo que no era el suyo y por eso transcurría con variaciones (variazioni) mientras su espíritu se escondía disfrazado de sordina (sordine).
Supo qué le llevaba a oír ese tono a través de las ventanas y por qué empezaba con un pianissimo para terminar en un crescendo nervioso.
Desde el dolor (duolo) a la alegría, desde la risa al llanto, desde el entusiasmo (slancio) a la serenidad y  desde la profundidad a la ligereza (scherzo) todo se plasmaba en una partitura a la que él llamaba vida. Y el papel se iba llenando de allegros, arpegios, cadenzas, fortissimos...
Pero hoy, la melodía ha cesado. La partitura no ha podido concluirse y la música se tiñe con tonos de tristeza.
Ya no verá su sonrisa dulce y suave, ni tampoco oirá a través de la ventana como él escribe a golpes de melodía la historia  de su vida.
Ella tiene la mirada empañada por las lágrimas... no le conocía demasiado... pero sí a su música...

07 enero 2014

La mediana...

   
               La mediana, así era como la llamaba todo el mundo. Y no era de manera fortuita, no. Era la mediana, entre las sombras que proyectaban sus hermanas. La mayor, segura y siempre en posesión de la verdad; y la pequeña, expansiva, de carácter fuerte y poco dada a la transigencia.
            No se parecía a ninguna. Quizá la vida, por algún extraño azar, le había dado un carácter sereno, tranquilo, conciliador, con tendencia a absorber y minimizar los estragos que producían los encontronazos entre la mayor y la pequeña.
            Se habían reunido en la casa familiar para preparar la fiesta del 50 aniversario de uno de sus hermanos. Sentada entre las dos en torno a la mesa, frente a una taza de café, escuchaba sin oír las conversaciones airadas de sus hermanas. Intentaba retrasar el momento de su intervención. Era la vieja historia.
            Mientras las dos discutían, Elena, con mirada soñadora, paseaba la vista por aquella habitación llena de recuerdos.
            Contemplaba el salón y recordaba a su madre sentada junto a la ventana. La luz de la tarde se reflejaba en su pelo y su mirada parecía alejarse de allí, mientras escribía. Entonces no sabía definir como era aquella mirada. Ahora sí. Era una mirada  nostálgica. En esos momentos parecía olvidarse de ellas que jugaban o peleaban a su lado, mientras su cabeza se perdía más allá, en algún lugar al que ellas no tenían acceso.
            Un día se acercó y le preguntó qué era aquel cuaderno en el que tanto escribía. Su madre sonriendo le dijo que era un diario, el lugar donde guardaba sus secretos,  y que allí estaba escrita toda su vida desde hacía muchos años. Ella se había quedado muy impresionada con la idea de tener toda una vida en un cuaderno y decidió también escribir el suyo.
            Elena revolvió el café y tomó un sorbo, mientras suspiraba. Amaba todos los detalles que la rodeaban. La mesa grande en un tiempo punto de reunión para toda la familia, el canterano con incrustaciones de marfil donde su madre se sentaba horas y horas escribiendo su diario, el sillón de orejas de su padre con un dibujo de margaritas gastado por el tiempo y que a ella de niña le hacía soñar con un jardín. Las pequeñas cosas bañadas con la misma luz dorada del atardecer que teñía todo de misterio y que la adormecía en sus tardes infantiles.
            Se sentía bien, pero las voces femeninas más fuertes en ese momento, le recordaron que no era el momento de los recuerdos. Sus hermanas como siempre en cualquier situación que las reuniera, habían hecho estallar la guerra.
            Sintió un profundo cansancio y se preguntó si sería capaz por una vez en su vida de dejar que las situaciones fluyeran por si mismas.
            ¿Qué ocurriría si ella no intervenía? —esta idea pasó fugazmente por su cabeza.
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    Así que en silencio contempló como transcurría el diálogo en lo que parecía una larga discusión sobre un cubremesa muy delicado que había  entre ellas.
     
La mayor, con un tono de irritación en la voz, lo señalaba:
            —Lo tuyo es obstinación. Esto es justo lo que necesitamos y no veo motivo por el que no podamos utilizarlo. A nuestra madre le gustaría para una fiesta como esta —dijo.
             —Y tú nunca puedes dejar de ser autoritaria. Siempre lo has sido y lo sigues siendo, pero no intentes manipularnos decidiendo lo que hubiera deseado nuestra madre. Es una pieza muy bonita y además creo que es única. La bordó la bisabuela de nuestra madre y por eso, aunque sea tan solo por lo que significa, la tenemos que conservar como está, así que no estoy de acuerdo contigo —respondió la pequeña.
            Sería raro —pensó Elena— que estuvierais de acuerdo en algo. Nunca lo estaréis ni siquiera para las cosas nimias y me habéis obligado a actuar siempre de árbitro de un partido que yo nunca quise jugar.  El querer a una significaba el reproche de la otra y la intolerancia e incomprensión es lo único que he aprendido de vosotras.
            Me he perdido entre lo que hubiera querido ser y lo que vosotras me habéis permitido que fuera dentro de esta familia.
            Recordó con claridad aquel día en el que las dos —niñas apenas— trataban de arrebatarse una a la otra el diario que habían encontrado encima de la mesa. Tanto forcejearon que acabó en el fuego de la chimenea. La madre, llorando, lo intentó recuperar, pero desapareció entre las llamas. A Elena le costó mucho olvidar la expresión de tristeza de su madre cuando vio los restos carbonizados y pensó, entonces, que nunca les perdonaría a sus hermanas lo que le habían hecho. Pero las perdonó muchas más veces.
            Ahora volvió de nuevo a la realidad sintiendo una sensación de rebeldía que no quiso ahogar como en otras ocasiones. Su mirada se ensombreció. Dejó que aquel nuevo sentimiento que estaba empezando a experimentar cuando contemplaba a sus hermanas fuera invadiéndola poco a poco, y notó que ya se habían agotado los días de su entrega.
            Con movimientos controlados, sin pronunciar palabra, Elena levantó su taza de café y lentamente la vertió sobre el cubremesa. Aquella mancha de color marrón fue extendiéndose lentamente sobre la tela blanca y bordada y a medida que lo hacía en la cara de Elena aparecía una sonrisa.
          La sonrisa no desapareció mientras cogía el bolso y el abrigo y se alejaba hacia la puerta que abrió y cerró tras ella con cuidado.
Todo en la habitación era silencio. La mayor y la pequeña se miraron. A lo lejos se oía el taconeo de la mediana que se alejaba.

20 diciembre 2013

Construir fantasias...

… y por qué no?…
Se acercan estos días en los que todo el mundo dice quererte, recordarte, desearte lo mejor…
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Yo no siento esos deseos de una forma puntual. Yo los siento cada día del año, cada vez que doy un abrazo, cada vez que expreso mis buenos deseos, que es cada día, cuando pienso en las personas que quiero, a las que quiero menos,  e incluso diría que a las que no quiero nada.
Yo prefiero construir la fantasía de que cuando caiga el último minuto de este año nos haremos la promesa de no olvidar que los buenos deseos de paz, amor y felicidad están, sea la época del año que sea.
Que pensaremos en todas las personas que rozan nuestras vidas y sentiremos que están ahí porque nosotros deseamos que estén con la misma intensidad en cada minuto.
Que brindaremos con cava por todos ellos, por el nuevo año, por los propósitos que cumpliremos y por los que abandonaremos en el camino, por todas las personas que en estos días están solos, por los que no tendrán techo ni nada que llevarse a la boca, por los amigos que se quedaron atrás, por los que nos acompañaban y por los nuevos que han llegado, por las sonrisas, por nuestros hijos, por los abrazos, por seguir escribiendo y dejando en nuestros escritos una parte de nosotros, por formar parte de la humanidad.
más cava
De mí para vosotros…
“De vez en cuándo la vida
se nos brinda en cueros
y nos regala un sueño
tan escurridizo
que hay que andarlo de puntillas
por no romper el hechizo.”
Lo dijo Serrat y yo  fiel a construir mi fantasía sólo os digo…
!!!!  Vivid e intentad con todas vuestras fuerzas ser felices, sin olvidar que hay muchas personas que no pueden o no les dejan serlo !!!!